Probablemente no tengo el menor derecho a endosarle mis sentimientos a cualquier lector de buena fe que se acerque a este blog, pero hoy estoy cargado de nostalgia (sin ninguna razón aparente) y he decidido dedicarle este post a una persona muy importante de mi niñez: mi propio hermano Paco.
Hubo años en los que la imaginación suplía a la vacía realidad. Un tiempo en el que existía Robin Hood. Pero también eran tiempos en los que aplastabas tu nariz al escaparate donde brillaban los juguetes y tus ojos se abrían, hasta dolerte, contemplando el maravilloso fuerte donde luchaban los cowboys y los indios. Allí el chavalín se pasaba las horas y cuando el pobre Toñín volvía a casa se encontraba con una riña y algún cachete por haber tardado tanto en el recado.
Había noches de inviernos muy fríos. Veías rostros de tristeza en torno a la mesa. Veías a las hermanastras mayores rezar el rosario con devoción (habían sido abducidas al lado oscuro)mientras el aburrimiento cerraba mis ojos. De repente se iluminaba la luz del pasillo y aparecía mi hermano con un fleje de "Macacos" debajo del brazo y todo se volvía optimismo y alegría.
Ese era el hermano que yo tenía cuando era un chaval.
Apenas tenía cinco años más que yo pero para mí era el vértice que unía mi pequeña visión del mundo con el horizonte de los mayores. Trabajaba de aprendiz en una oficina pero yo pensaba que era poco menos que el director. Me contaba todo lo que ocurría en aquel lugar y solía traerme algun que otro folio y lápices. Era un hermano cariñoso y yo lo consideraba mi gran protector. Toda mi familia por encima de él eran personas serias y permanentemente enlutadas. El con sus ideas y su vitalidad representaba la aventura y el color que faltaban en mi casa. El puso en mi alma la semilla de varias cosas importantes en mi vida futura: el amor al cine, a la literatura y al arte.
Un día caluroso de Agosto me dijo:
- ¿Te gustaría ir al cine, Toñín?. Me han dado unas pelas de propina y en el Cinema Jaén ponen una peli que a lo mejor te va a gustar.
Creo que aquel día hasta la comida me sentó mal del nerviosismo provocado por el entusiasmo que me embargaba.
Ya caída la tarde marchamos hacia el cine. Por el camino me dijo mi hermano:
- ¿Te gustan los higos chumbos?
En la plazuela había un gitano que arrimaba al bordillo una cesta de hermosos higos chumbos recién cojidos.
- !A gorda la tirá!- pregonaba.
La cuestión estribaba en que te situabas a la altura de la cesta y con una navaja abierta la dejabas caer y si pinchabas un higo, pues pagabas una perra, pero si pinchabas dos pagabas igualmente una perra gorda.
Pues mi hermano fue todo chulo y pinchó tres.
- ¡Joé, con la puntería der chico! ¡mushos como ezte y m'arruina la talde!- dijo el gitano. Pero lo pactado era lo pactado y nos peló los tres higos. Mi hermano se comió uno y yo me comí dos.
Ya en el cine hicimos cola para comprar las entredas de "general". Entonces me dijo, (era un maestro en pinchar, en eso era un cabroncete)
- Al igual no te gusta. Como va de un submarino seguro se pasan toda la peli subiendo y bajando el periscopio. Además no estoy seguro si es en color.(la película que ibamos a ver era 20.000 leguas de viaje submarino y bien sabía él de qué iba la cosa)
Me dió un pellizco en el estómago y cierta desilusión me hizo pensar "entonces para qué me has ilusionado jodido cabrón", pero no dije una palabra. Al fin y al cabo por aburrida que fuera el caso era ir al cine.
Nos acomodamos en las gradas y empezó la peli. Creo que en mi vida he gozado tanto con una peli como en aquella ocasión. De vez en cuando miraba a mi hermano mayor y me daban ganas de pegarle un gran abrazo.
Otra peli inolvidable que gocé también gracias a Paco fue "Los caballeros del Rey Arturo". El fue quien vino con la noticia.
- ¡Ponen en el Darymelia una peli en cinemascope y en sonido estereofónicomagnético?
- Eso tiene que ser la porra, Paquito.
- ¡Claro, imagina que el sonido te sale por todas partes y la pantalla es tan grande que se sale por los lados!
Pero no era solo el cine lo que gozaba con mi hermano. Paco tenía un gran sentido del espectáculo improvisado. Mezclaba algo (pensándolo hoy era un poco peligroso) como clorato de potasa, azufre y pólvora negra, lo pegaba en unos palitos y montaba unos fuegos artificiales ¡dentro de la casa!
Cuando podía traía recortables de soldaditos y montábamos un enorme campo de batalla en unos grandes escalerones y se escenificaba una guerra majestuosa en pocos minutos. Para qué quería los indios, los cowboys y el fuerte. Este juego era muchisimo más divertido y los soldaditos se podían suplir por unas perras.
No entiendo còmo no provocamos una catástrofe. Pero la verdad es que aquellas memorables batallas no se han borrado de mi memoria.
Cuando un día vi aparecer a Paco con la colección de tebeos del "El Hombre Enmascarado", toda la triste vida llena de broncas, estrecheces y beateríos que reinaba en mi casa se llenó de sueños que al igual podían hacerse realidad. Los héroes existían porque Paco creía en ellos. Existía aquel ser extraordinario con su extraño anillo de la calavera con el que tumbaba a todos los villanos. Existía Superman, que volaba por aquella maravillosa ciudad de rascacielos. Existía el Capitán Trueno, que viajaba a los paises más exóticos y existía el Jabato valiente e invencible. El mundo de los tebeos se metió como un cohete brillate en mis retinas. Un día que hubo una dolorosa muerte en la familia, yo me refugié en una buhardilla con un taco de tebeos. Desde allí, por una ventanuca ví como sacaban el ataud con un ramo de azucenas en la tapa. Nadie se acordaba de mí, y allí acurrucado hasta que oscureció soñé con aquellos heroes a los que la muerte no tocaba nunca.
Hubo años en los que la imaginación suplía a la vacía realidad. Un tiempo en el que existía Robin Hood. Pero también eran tiempos en los que aplastabas tu nariz al escaparate donde brillaban los juguetes y tus ojos se abrían, hasta dolerte, contemplando el maravilloso fuerte donde luchaban los cowboys y los indios. Allí el chavalín se pasaba las horas y cuando el pobre Toñín volvía a casa se encontraba con una riña y algún cachete por haber tardado tanto en el recado.
Había noches de inviernos muy fríos. Veías rostros de tristeza en torno a la mesa. Veías a las hermanastras mayores rezar el rosario con devoción (habían sido abducidas al lado oscuro)mientras el aburrimiento cerraba mis ojos. De repente se iluminaba la luz del pasillo y aparecía mi hermano con un fleje de "Macacos" debajo del brazo y todo se volvía optimismo y alegría.
Ese era el hermano que yo tenía cuando era un chaval.
Apenas tenía cinco años más que yo pero para mí era el vértice que unía mi pequeña visión del mundo con el horizonte de los mayores. Trabajaba de aprendiz en una oficina pero yo pensaba que era poco menos que el director. Me contaba todo lo que ocurría en aquel lugar y solía traerme algun que otro folio y lápices. Era un hermano cariñoso y yo lo consideraba mi gran protector. Toda mi familia por encima de él eran personas serias y permanentemente enlutadas. El con sus ideas y su vitalidad representaba la aventura y el color que faltaban en mi casa. El puso en mi alma la semilla de varias cosas importantes en mi vida futura: el amor al cine, a la literatura y al arte.
Un día caluroso de Agosto me dijo:
- ¿Te gustaría ir al cine, Toñín?. Me han dado unas pelas de propina y en el Cinema Jaén ponen una peli que a lo mejor te va a gustar.
Creo que aquel día hasta la comida me sentó mal del nerviosismo provocado por el entusiasmo que me embargaba.
Ya caída la tarde marchamos hacia el cine. Por el camino me dijo mi hermano:
- ¿Te gustan los higos chumbos?
En la plazuela había un gitano que arrimaba al bordillo una cesta de hermosos higos chumbos recién cojidos.
- !A gorda la tirá!- pregonaba.
La cuestión estribaba en que te situabas a la altura de la cesta y con una navaja abierta la dejabas caer y si pinchabas un higo, pues pagabas una perra, pero si pinchabas dos pagabas igualmente una perra gorda.
Pues mi hermano fue todo chulo y pinchó tres.
- ¡Joé, con la puntería der chico! ¡mushos como ezte y m'arruina la talde!- dijo el gitano. Pero lo pactado era lo pactado y nos peló los tres higos. Mi hermano se comió uno y yo me comí dos.
Ya en el cine hicimos cola para comprar las entredas de "general". Entonces me dijo, (era un maestro en pinchar, en eso era un cabroncete)
- Al igual no te gusta. Como va de un submarino seguro se pasan toda la peli subiendo y bajando el periscopio. Además no estoy seguro si es en color.(la película que ibamos a ver era 20.000 leguas de viaje submarino y bien sabía él de qué iba la cosa)
Me dió un pellizco en el estómago y cierta desilusión me hizo pensar "entonces para qué me has ilusionado jodido cabrón", pero no dije una palabra. Al fin y al cabo por aburrida que fuera el caso era ir al cine.
Nos acomodamos en las gradas y empezó la peli. Creo que en mi vida he gozado tanto con una peli como en aquella ocasión. De vez en cuando miraba a mi hermano mayor y me daban ganas de pegarle un gran abrazo.
Otra peli inolvidable que gocé también gracias a Paco fue "Los caballeros del Rey Arturo". El fue quien vino con la noticia.
- ¡Ponen en el Darymelia una peli en cinemascope y en sonido estereofónicomagnético?
- Eso tiene que ser la porra, Paquito.
- ¡Claro, imagina que el sonido te sale por todas partes y la pantalla es tan grande que se sale por los lados!
Pero no era solo el cine lo que gozaba con mi hermano. Paco tenía un gran sentido del espectáculo improvisado. Mezclaba algo (pensándolo hoy era un poco peligroso) como clorato de potasa, azufre y pólvora negra, lo pegaba en unos palitos y montaba unos fuegos artificiales ¡dentro de la casa!
Cuando podía traía recortables de soldaditos y montábamos un enorme campo de batalla en unos grandes escalerones y se escenificaba una guerra majestuosa en pocos minutos. Para qué quería los indios, los cowboys y el fuerte. Este juego era muchisimo más divertido y los soldaditos se podían suplir por unas perras.
No entiendo còmo no provocamos una catástrofe. Pero la verdad es que aquellas memorables batallas no se han borrado de mi memoria.
Cuando un día vi aparecer a Paco con la colección de tebeos del "El Hombre Enmascarado", toda la triste vida llena de broncas, estrecheces y beateríos que reinaba en mi casa se llenó de sueños que al igual podían hacerse realidad. Los héroes existían porque Paco creía en ellos. Existía aquel ser extraordinario con su extraño anillo de la calavera con el que tumbaba a todos los villanos. Existía Superman, que volaba por aquella maravillosa ciudad de rascacielos. Existía el Capitán Trueno, que viajaba a los paises más exóticos y existía el Jabato valiente e invencible. El mundo de los tebeos se metió como un cohete brillate en mis retinas. Un día que hubo una dolorosa muerte en la familia, yo me refugié en una buhardilla con un taco de tebeos. Desde allí, por una ventanuca ví como sacaban el ataud con un ramo de azucenas en la tapa. Nadie se acordaba de mí, y allí acurrucado hasta que oscureció soñé con aquellos heroes a los que la muerte no tocaba nunca.
Dias despues de aquella muerte mi querido hermano nos llevó a una excursión. La tristeza se había evaporado y su dinamico optimismo le llevó a construir una fantástica maqueta de avión, meticulasamente construída, que probó en aquella ocasión.
Otra de las cualidades de Paco era su facilidad para el dibujo. Me entusiasmaban sus machangos que a mí me parecían el colmo de la perfección (y a fe mia que no eran malos dada la muestra).
Ese dibujo pertenece a las ilustraciones que mi hermano realizó para un albun artesano de afiches de cine. Obviamente si se fijan la ilustración cuadraba con la temática de los poster.
Como si de una sesión de magia se tratara Paco siempre tenía una nueva ilusión que ofrecerme. Me descubrió "Hazañas Bélicas" y "El Inspector Dan" .
Con este personaje me sentía capaz de enfrentarme a todas las fuerzas del mal en un Londres lleno de niebla y donde se dejaban oir los siniestros tañidos del Big Ben.
Un día Paco me dijo:
- Esta noche vamos a ir a la Alameda. Te voy a invitar a un helado y te daré también una sorpresa.
Creo que aquel día estuve diligente en todo lo que me mandaron. Saltaba y corría a todos los recados. Mi madre estaba asombrada : "¡Qué estará tramando este chiquillo!" murmuraba con recelo.
Al llegar la tarde Paco prometió lo que me había adelantado. Me compró un enorme cucurucho de crema tostada y me mostró un brillantísimo tebeo de Superman.
No me dijo ni una palabra del proyecto que iba a acometer en la madrugada siguiente. Me habló de cosas felices y de lo bien que me iba a ir en el colegio al que volvería en pocos días.
Estábamos sentados en un banco de piedra. Una enorme cruz de granito negro se levantaba al fondo de la plaza de la Alameda evocando a los caidos de la cruzada franquista. No sé por qué sentí que algo grave estaba gravitando desde aquel ominoso símbolo. Aunque en aquel momento no lo comprendía, yo tenía el convencimiento de que él se estaba despidiendo . Que todo aquel maravilloso tinglado, del que Paco era maestro de ceremonias , se iba a venir abajo del todo. Estaba seguro dentro de mí, que aquel mecano colorista no iba a poder reconstruirse. Sabía que allí, en aquel momento y en aquel lugar mi niñez se acababa para siempre.
Efectivamente Paco se marchó de madrugada. Apenas escuché sus palabras porque estaba medio dormido: "Adios Toñín". No se despidió de nadie más salvo de mi madre que le abrió las puertas de la casa. Era una madrugada de septiembre y un viento fino arrastraba las primeras hojas del otoño.
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Otra de las cualidades de Paco era su facilidad para el dibujo. Me entusiasmaban sus machangos que a mí me parecían el colmo de la perfección (y a fe mia que no eran malos dada la muestra).
Ese dibujo pertenece a las ilustraciones que mi hermano realizó para un albun artesano de afiches de cine. Obviamente si se fijan la ilustración cuadraba con la temática de los poster.
Como si de una sesión de magia se tratara Paco siempre tenía una nueva ilusión que ofrecerme. Me descubrió "Hazañas Bélicas" y "El Inspector Dan" .
Con este personaje me sentía capaz de enfrentarme a todas las fuerzas del mal en un Londres lleno de niebla y donde se dejaban oir los siniestros tañidos del Big Ben.
Un día Paco me dijo:
- Esta noche vamos a ir a la Alameda. Te voy a invitar a un helado y te daré también una sorpresa.
Creo que aquel día estuve diligente en todo lo que me mandaron. Saltaba y corría a todos los recados. Mi madre estaba asombrada : "¡Qué estará tramando este chiquillo!" murmuraba con recelo.
Al llegar la tarde Paco prometió lo que me había adelantado. Me compró un enorme cucurucho de crema tostada y me mostró un brillantísimo tebeo de Superman.
No me dijo ni una palabra del proyecto que iba a acometer en la madrugada siguiente. Me habló de cosas felices y de lo bien que me iba a ir en el colegio al que volvería en pocos días.
Estábamos sentados en un banco de piedra. Una enorme cruz de granito negro se levantaba al fondo de la plaza de la Alameda evocando a los caidos de la cruzada franquista. No sé por qué sentí que algo grave estaba gravitando desde aquel ominoso símbolo. Aunque en aquel momento no lo comprendía, yo tenía el convencimiento de que él se estaba despidiendo . Que todo aquel maravilloso tinglado, del que Paco era maestro de ceremonias , se iba a venir abajo del todo. Estaba seguro dentro de mí, que aquel mecano colorista no iba a poder reconstruirse. Sabía que allí, en aquel momento y en aquel lugar mi niñez se acababa para siempre.
Efectivamente Paco se marchó de madrugada. Apenas escuché sus palabras porque estaba medio dormido: "Adios Toñín". No se despidió de nadie más salvo de mi madre que le abrió las puertas de la casa. Era una madrugada de septiembre y un viento fino arrastraba las primeras hojas del otoño.
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11 comments:
Ciertamente, amigo Anro, una mezcla de emociones y sentimientos difíciles de plasmar en palabras y que tu has hecho muy bien. Alegría y tristeza se mezclan como en una buena película clásica, como en la vida, que es como una película más.
Saludos
Nos leemos
Antonio, un abrazo muy fuerte, para tí y para Paco, y gracias.
¿Que fué de tu hermano? Me he quedado con la inriga. Un post muy bonito, como de costumbre. Un abrazo.
Precioso relato, Antonio.
Gracias por compartir tus recuerdos de esa forma tan brillante y emocionalmente sentida.
Un abrazo.
Precioso post, Antonio y maravilloso homenaje a tu hermano
Bueno amigos, la verdad es que agradezco todo lo que decís. Y es cierto que cuando escribí esas líneas lo hice desde el agradecimiento y la ternura que sentía por mi hermano en aquellos años.
Tener un hermano mayor que sea tu amigo y te protega en tiempos difíciles es todo un privilegio.
Estoy seguro de que gracias a ese apoyo pude encarar la adolescencia con fuerza y desde luego mucho de lo que soy ahora lo debo a esos poderosos cimientos.
Efectivamente Crowley la vida es como una película más lo que ocurre es que tienes que ser un buen director para manejarla con buena mano.
Manolo transmito ese sentido abrazo a Paco.
Anchiano, comprendo tu curiosidad pero sería mi hermano el único que podría responder. Lo único que puedo decirte es que pasaron 20 años de distancia física y temporal entre ambos, con dos breves intervalos en los que tanto él como yo habíamos cambiado tanto que éramos casi extraños.
Gracias Josep. Con amigos como vosotros es fácil unir los hilos de una comunicación de sentimientos aunque ésta se haga a traves de algo tan frío como un teclado y una pantalla.
Alicia te agradezco tus elogios y los acepto en lo que valen. Es todo un privilegio contar con vosotros.
Un fuerte abrazote a todos.
Fantástico post Anro, me ha encantado. Un abrazo.
Gracias Sr. Blas, los fantásticos sois todos vosotros.
Un abrazote.
La verdad es que todo encaja. Tu forma de entender el cine. Tu forma de trasnmitirlo. Y este post sobre tu relación con tu hermano. Tu fuerza está en una gran sensibilidad.
Un fuerte abrazo y a seguir así. Ese es el camino.
Bueno Father, me alegro haber podido transmitir todo lo que sentía. Es fantástico tener lectores como vosotros.
Un abrazote.
Ay Dios ... no te imaginas la de recuerdos que has despertado con esta entrada ..
GRACIAS
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