No ando muy descaminado al afirmar que el escritor Upton Sinclair es prácticamente desconocido para el lector español. Si acaso, algunos lo relacionarán con la película "Pozos de Ambición" (There Will Be Blood, en su título original) basada en su novela "Oil!". Esta novela creo que es la única, de las más de noventa de Sinclair, que está traducida al castellano.
Hoy traigo a Sinclair a estas páginas por un episodio más que bochornoso, mejor dicho, criminal en el que estuvieron implicadas numerosas personalidades de la industria del cine y el magnate de la prensa amarilla W.R. Hearst; todos ellos unidos en una campaña en contra del escritor y de su proyecto social en California.
A principios de los años 30 el novelista, que ya era activista socialista , decidió presentarse al cargo de gobernador en California. Dado que la militancia en el partido socialista, que por entonces era poco menos que el diablo rojo, no iba a generar confianza en los votantes, el escritor decidió presentarse por el Partido Demócrata, previa afiliación al mismo.
Su objetivo estaba condensado en el acróstico EPIC (End Poverty in California). El proyecto caló de inmediato en toda la población más desamparada. América pasaba por los años más duros de la Depresión.
El programa no era descabellado. En realidad eran dos proyectos basados en dos programas económicos diferentes. Uno de ellos contemplaba la empresa privada funcionando más o menos como hasta entonces y el segundo era un sistema en el que se crearían granjas, fábricas o complejos industriales en régimen cooperativo donde se producirían géneros o cosas útiles que no buscasen el enriquecimiento sino el sostenimiento de la propia empresa y de los salarios de los trabajadores.
La EPIC fue todo un éxito, al programa se sumaron miles de gentes progresistas e incluso figuras de la industria cinematográfica como Chaplin o Dudley Nichols. La consecuencia fue que Sinclair derrotó por goleada a sus oponentes en las primarias.
La ventaja que Sinclair le llevaba a su oponente republicano Frank Merriam era más del doble. Todos los magnates de la industria no podían creer que aquello estuviera ocurriendo en su feudo particular de Hollywood. Obviamente se pusieron inmediatamente las pilas.
Era tan peligrosa la situación, que muchos estudios se plantearon la posibilidad de trasladarse a Miami, aunque esa operación hubiera requerido un desembolso supermillonario. Los culos de estos magnates estaban tan acomodados a las plumas que decidieron plantar cara al osado escritor, rojo, por más señas.
La primera medida fue crear un comité de acción política dirigido por Harry Chandler. En la sombra trabajaban W. Randolph Hearst, Mayer y Thalberg. Este comité tenía casi un fondo económico ilimitado para frenar, de la forma que fuera, el avance de Sinclair.
Otra medida fue filmar falsos noticieros, que se daban de mano con los filmados por los secuaces de Hitler. Se presentaban entrevistas callejeras a preciosas ancianitas que prometían dar su voto a Merriam, porque no querían que sus encantadores hogares cayeran en manos de los bolcheviques. En otro documental se oía bramar a hombres de negocios: " Sinclair es el responsable del régimen ruso. Es el enemigo del pueblo americano, incluso se atrevió a filmar películas con el comunista Eisenstein".
El colmo de los colmos fue filmar a falsos anarquistas, de aspecto patibulario y enfermizo con acento extranjero que se ufanaban de votar a "Seenclair".
Naturalmente cuando estos documentales se proyectaron en los cines se armaron revuelos y protestas de los seguidores de Sinclair. La prensa amarilla tomó el revelo y los grandes titulares espantaban al ciudadano medio americano, que veía a las tropas bolcheviques invadir la dulce y apacible California.
El Angeles Times, propiedad de Hearst, publicaba todos los días citas del escritor manipuladas con el fin de mostrar su perfil más desequilibrado y salvaje.
Los estudios cinematográficos no se quedaban atrás. La MGM elaboró unos carteles difamatorios en los que se representaba al escritor como un orangutan con los dientes afilados y sangrientos atacando al gobernador Merrian, que aparecía impasible ante el ataque , envuelto en la bandera americana y protegiendo a una madre y a sus hijos.
Toda aquella maquinaria pesada pudo alcanzar el triunfo en la batalla política. Merrian ganó a Sinclair por dosciento mil votos de diferencia. La victoria conservadora se celebró con una fiesta espectacular en el Trocadero a la que asistieron numerosas personalidades del cine.
Casi 75 años despues, los mismos estudios que habían declarado aquella guerra sucia al escritor, adaptaban con un éxito aceptable su novela más aclamada.
Hoy traigo a Sinclair a estas páginas por un episodio más que bochornoso, mejor dicho, criminal en el que estuvieron implicadas numerosas personalidades de la industria del cine y el magnate de la prensa amarilla W.R. Hearst; todos ellos unidos en una campaña en contra del escritor y de su proyecto social en California.
A principios de los años 30 el novelista, que ya era activista socialista , decidió presentarse al cargo de gobernador en California. Dado que la militancia en el partido socialista, que por entonces era poco menos que el diablo rojo, no iba a generar confianza en los votantes, el escritor decidió presentarse por el Partido Demócrata, previa afiliación al mismo.
Su objetivo estaba condensado en el acróstico EPIC (End Poverty in California). El proyecto caló de inmediato en toda la población más desamparada. América pasaba por los años más duros de la Depresión.
El programa no era descabellado. En realidad eran dos proyectos basados en dos programas económicos diferentes. Uno de ellos contemplaba la empresa privada funcionando más o menos como hasta entonces y el segundo era un sistema en el que se crearían granjas, fábricas o complejos industriales en régimen cooperativo donde se producirían géneros o cosas útiles que no buscasen el enriquecimiento sino el sostenimiento de la propia empresa y de los salarios de los trabajadores.
La EPIC fue todo un éxito, al programa se sumaron miles de gentes progresistas e incluso figuras de la industria cinematográfica como Chaplin o Dudley Nichols. La consecuencia fue que Sinclair derrotó por goleada a sus oponentes en las primarias.
La ventaja que Sinclair le llevaba a su oponente republicano Frank Merriam era más del doble. Todos los magnates de la industria no podían creer que aquello estuviera ocurriendo en su feudo particular de Hollywood. Obviamente se pusieron inmediatamente las pilas.
Era tan peligrosa la situación, que muchos estudios se plantearon la posibilidad de trasladarse a Miami, aunque esa operación hubiera requerido un desembolso supermillonario. Los culos de estos magnates estaban tan acomodados a las plumas que decidieron plantar cara al osado escritor, rojo, por más señas.
La primera medida fue crear un comité de acción política dirigido por Harry Chandler. En la sombra trabajaban W. Randolph Hearst, Mayer y Thalberg. Este comité tenía casi un fondo económico ilimitado para frenar, de la forma que fuera, el avance de Sinclair.
Otra medida fue filmar falsos noticieros, que se daban de mano con los filmados por los secuaces de Hitler. Se presentaban entrevistas callejeras a preciosas ancianitas que prometían dar su voto a Merriam, porque no querían que sus encantadores hogares cayeran en manos de los bolcheviques. En otro documental se oía bramar a hombres de negocios: " Sinclair es el responsable del régimen ruso. Es el enemigo del pueblo americano, incluso se atrevió a filmar películas con el comunista Eisenstein".
El colmo de los colmos fue filmar a falsos anarquistas, de aspecto patibulario y enfermizo con acento extranjero que se ufanaban de votar a "Seenclair".
Naturalmente cuando estos documentales se proyectaron en los cines se armaron revuelos y protestas de los seguidores de Sinclair. La prensa amarilla tomó el revelo y los grandes titulares espantaban al ciudadano medio americano, que veía a las tropas bolcheviques invadir la dulce y apacible California.
El Angeles Times, propiedad de Hearst, publicaba todos los días citas del escritor manipuladas con el fin de mostrar su perfil más desequilibrado y salvaje.
Los estudios cinematográficos no se quedaban atrás. La MGM elaboró unos carteles difamatorios en los que se representaba al escritor como un orangutan con los dientes afilados y sangrientos atacando al gobernador Merrian, que aparecía impasible ante el ataque , envuelto en la bandera americana y protegiendo a una madre y a sus hijos.
Toda aquella maquinaria pesada pudo alcanzar el triunfo en la batalla política. Merrian ganó a Sinclair por dosciento mil votos de diferencia. La victoria conservadora se celebró con una fiesta espectacular en el Trocadero a la que asistieron numerosas personalidades del cine.
Casi 75 años despues, los mismos estudios que habían declarado aquella guerra sucia al escritor, adaptaban con un éxito aceptable su novela más aclamada.